La chica se paró y se
volvió. Sus ojos reflejaban la impotencia que había estado sufriendo durante
esos últimos meses.
-Ambos sabemos la verdad,
no insistas… Podía haberte avisado y no haber dejado que acabaras así.
-Nadie tiene la culpa de
que las cosas hayan acabado así.
-Parte de culpa sí que
tengo. Eres mi amigo y mi deber como amiga es decirte la verdad aunque duela.
-Y lo hiciste, el
estúpido fui yo por no confiar en ti y creerme sus palabras en vez de las
tuyas. El amor te deja ciego…
La chica sonrió y se
acercó a él. Le acarició la mejilla y recogió una lágrima fugitiva.
-Lo siento…
-No pasa nada. Siento no
poder comprenderte tal y como debería.
-Haces más de lo que
crees.
La chica se encogió de
hombros y se sentó en el banco. El aire del otoño agitó las copas de los
árboles y miles de hojas comenzaron a caer suavemente a su alrededor.
-Prométeme que nunca te
irás- le pidió.
-No lo haré siempre y
cuando quieras que me quede a tu lado- respondió ella.
-No sabes lo que duele…-
dijo él mirando al suelo.
-Es cierto, no lo sé.
Pero si esto ha ocurrido ha sido porque alguien mejor te esperaba ahí fuera,
¿no crees?
-¿Por qué eres así?
Ella lo miró y sonrió. Él
pudo ver cómo era ella en realidad en ese instante.
-No me gusta verte llorar
– señaló ella.
-Lo siento… - acertó a
decir él.
-Prométeme que no
llorarás más por alguien que no te merece.
-Lo prometo- dijo él
sonriendo por primera vez en muchos meses.
Ambos se miraron y se
fundieron en un cálido abrazo.